Misión del Proyecto Taíno
Le damos la bienvenida al batey virtual que nos pertenece a todos quienes estamos interesados en el tema de los pueblos que habitaron las Antillas antes de la llegada de los europeos. Entre esos pueblos, estaremos investigando mayormente —aunque no exclusivamente— uno que se llamó a sí mismo con el nombre de taíno.
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Los sistemas de medir el tiempo arqueológico
Por Yucayeque
Hace un tiempo llevo dando la pelea porque se adopte, en este batey digital, un sistema uniforme y coherente de establecer las fechas relativas a los temas que estudiamos en los artículos que se publican aquí. Ahora mismo, cada cual usa su librito, lo que puede provocar alguna confusión una vez este batey comience a recibir más visitantes, como lectores y como colaboradores.
Hay quien usa el sistema tradicional de “Antes de Cristo” (AC) y “Después de Cristo”, o sus equivalentes en inglés “Before Christ” (BC) y el “After Christ” representado por el latín “Anno Domini” (AD), o “Año del Señor”. Este sistema usa como punto de referente universal la fecha, en el calendario gregoriano, que ubica el 1 de enero del año cero, como el comienzo de la Era Cristiana, a partir del nacimiento de Jesús en Belén. El uso de este sistema tiene que parecerle perfectamente lógico a todos los cristianos, pero, para los que no lo somos, nos pesa como una imposición ideológica, con matices coloniales.
Si mis creencias religiosas me orientan hacia Yucajú y Juracán como el centro de toda la existencia del cosmos, entonces, la religión de quienes invadieron estas islas, y cometieron un salvaje genocidio en contra de mis antepasados —precisamente usando como justificación de esos actos criminales el afán de cristianizarlos— entonces la cronología que centra todo el orden de las cosas en el comienzo de esa Era Cristiana, puede ser muy antipático. Desde que comenzamos este proyecto, estoy promoviendo que aquí no se debe usar ese esquema cronológico.
Otros respondieron tratando de lograr un supuesto balance. Usan el mismo referente, el 1 de enero del año cero, que ya sabemos lo que indica, pero no le llaman AC y DC a sus dos mitades de tiempo, sino “Antes de nuestra Era” (ane) y “De nuestra Era” (dne). En mi opinión, le quitaron las referencias verbales al cristianismo, pero la referencia conceptual sigue siendo hacia el momento que los cristianos creen que dividió todo el orden humano y celestial, y todo el tiempo sigue midiéndose —llámese como se llame— antes y después de ese momento.
La solución real es muy sencilla. Usemos el esquema de “Antes del Presente” (AP); en inglés, “Before Present” (BP).
Este esquema establece “el presente” (por razones que tienen que ver con la proliferación de pruebas de armas nucleares) como el año (calendario gregoriano) de 1950, y se codificaron las muestras de ácido oxálico de ese año como base para todos los ajustes que hubiera que hacerle a la datación por radiocarbono (isótopo de carbono-14) de las muestras geológicas o arqueológicas. Existen dos dataciones AP, las calibradas —que ajustan las lecturas a la cantidad de radiocarbono, a través del tiempo, en la localización del hallazgo, y las no calibradas.
Si una datación por radiocarbono determina que una osamenta en un yacimiento es de 1200 AP, tendría por edad 1,200 años al 1950, y por lo tanto, (siempre se va a tratar de un aproximado ±x) unos 1,263 años de antigüedad en 2013.
Una cerámica cuya febricación se establezca en 212 AC, dataría de 2162 AP.
Tags: ácido oxálico, Anno Domini, Antes de Cristo, Antes del Presente, Before Christ, Before Present, calendario gregoriano, Después de Cristo, Era Cristiana, isótopo de carbono-14, Juracán, Proyecto Taíno, radiocarbono, Yucajú
Los llamados caribes y su supuesto canibalismo
por Kanibá
Me paso en una lucha interna personal en cuanto a cómo tratar a Cristóbal Colón en mis escritos. Es fácil, desde mi perspectiva, aborrecerlo como un cruel invasor de un mundo que se hallaba en su infancia, y de haberle abierto las puertas a la feroz rapacidad de los europeos, en los mismos albores del sistema capitalista. No es del todo injusto decir que Colón inició el proceso de la destrucción de una floreciente cultura taína en las Antillas.
Pero desde la perspectiva más “científica”, más histórica, Colón se convierte en un personaje más complejo, repleto de todas las virtudes y defectos de su época, llevados, ciertamente, a la escala de grandeza excepcional. La hazaña de Colón, para bien o para mal, transformó la historia de las sociedades humanas. Pero dejemos ese asunto descansar ahí, pues lo estaremos revisitando con alguna insistencia. En lo que concierne a la historia de las Antillas, y en particular a ese momento en que todo cambió en esa historia, don Cristóbal es un actor principalísimo, a quien no podemos conformarnos simplemente con demonizarlo.
Tomemos el tema de los llamados caribes.
La evidencia arqueológica nos va componiendo un rico, diverso y dinámico escenario antillano en el cual, si bien es cierto que florecía una cultura exquisita que llamamos taína, es igual de cierto que su periferia era un hervidero de diferentes etnias y culturas que competían por poseer las islas que encontraban en sus travesías migratorias. Competían y comerciaban; guerreaban y se fundían; y todas mantenían una vigorosa actividad de intercambio cultural y comercial con las poblaciones de tierra firme.
Fue Cristóbal Colón quien, en una carta publicitaria a Luis de Santángel, edecán de los Reyes Católicos de la España recién reconquistada y unificada a la brava, le mencionó de paso que estaba conociendo gente generosa y desnuda, dócil y muy temerosa de otras gentes de “una isla que es Carib”, adictos al gusto gastronómico por la carne humana. Esta carta se tradujo a varios idiomas, y circuló por la Europa culta de fines del siglo 15, y desde entonces dejó grabada en la imaginación europea un elenco antillano formado por unos pueblos “cristianizables”, por su temperameto manso, y una horda de fieros y diabólicos salvajes que no se conformaban con matar a los cristianos; les encantaba comérselos. Estos antillanos vinieron a llamarse caribes, y como reflejo de sus terribles apetitos, se les llamó caníbal, evolución del término cariba, derivado de aquella “isla que es Carib” de la carta del Almirante.
La evidencia arqueológica no sostiene la creencia de que estas poblaciones de las Antillas Menores, guerreras o no, feroces o no, se dedicaban a la práctica rutinaria de la antropofagia. Lo que sí conocemos es lo siguiente. Poco después de la ocupación española de las Antillas Mayores, y del consecuente exterminio de sus pobladores nativos, los españoles comenzaron a importar del África a hombres y mujeres a quienes explotar en las arduas faenas de la minería y la agricultura tropical. Algunos barcos llenos de esclavos africanos zozobraron en las todavía no bien conocidas aguas antillanas, y algunos de sus pasajeros lograban zafarse de sus cadenas y llegar vivos hasta alguna playa de las islas. Una isla donde ocurrió esto con alguna frecuencia —suficientemente para establecer su presencia histórica— fue en San Vicente. Estos sobrevivientes de los naufragios fueron rescatados, bienvenidos e integrados a las sociedades nativas, lo que convirtió la población de San Vicente, por ejemplo, en una mezcla de nativa antillana y africana, que los británicos que trataron de hacerse de la isla llamaban Black Caribs.
Para los primeros años del siglo 17, ya los portugueses, seguidos por los holandeses, habían establecido un sistema mundial de producción, refinado y comercio del azúcar. Las inmensas plantaciones de Brasil producían el moscabado que se llevaba de Lisboa a los Países Bajos, donde era refinado y luego llevado a todas las ciudades de Europa. Amsterdam acumulaba fortunas fabulosas de este sistema, lo que la consolidó como uno de los centros de financiación del incipiente sistema europeo de manufactura.
Inglaterra y Francia codiciaban un pedazo de este sistema fabuloso de creación de riquezas, y comenzaron, desde 1607, a competir por la colonización de las islas de las Antillas Menores como terrenos de cultivo de la caña de azúcar. La isla de Barbados llegó a convertirse para Inglaterra en una prodigiosa fuente de riqueza azucarera. Esa pequeña isla tropical llegó a producirle al Tesoro inglés mayores riquezas que las Trece Colonias continentales juntas.
De las islas disponibles, San Vicente era de las más aptas para implantar en ella el sistema de plantaciones azucareras, como el que había prosperado en Barbados. Después del Tratado de París de 1763, el camino quedó abierto para que Inglaterra se apoderara de la isla. El obstáculo a este propósito era la población de los Black Caribs, que ocupaban las mejores tierras agrícolas. Le tomó a los ingleses muchos años someter a estas poblaciones, y quedarse con sus tierras, pero no lograron apagar la resistencia inmediatamente. Se escenificaron las llamadas Guerras Caribes, feroces contiendas en las que los Black Caribs lograron poner en jaque a los británicos, una vez durante los 1770s, y una generación más tarde en los 1790s. Sólo que durante esta segunda campaña, Inglaterra ya dominaba el mercado azucarero mundial, y su dominio sobre sus Sugar Islands tenía que ser mantenido a cualquier costo. Transportó un número preponderante de tropas, equipadas de todos los pertrechos y municiones necesarias para sostener la ofensiva de su infantería, respaldada por regimientos de artillería y caballería, hasta lograr abrumar la resistencia.
Inglaterra lanzó toda la población nativa, varones y hembras de todas las edades, a los campos de concentración que construyó en la vecina isla de Balliceaux, que pronto llegó a considerar peligrosamente cerca de San Vicente. Tomó la decisión de poner mayor distancia entre estos Black Caribs y su isla nativa, y los transportó, miles de ellos, a Roatán, en las costas de Honduras. Allí viven todavía sus descendientes, que se llaman a ellos mismos como los Black Caribs.
Los ingleses, que llevaban más de un siglo propagando las denuncias del genocidio español en las Antillas Mayores, cambiaron ahora la letra de la canción, apropiándose del mito originado por Colón de las poblaciones salvajes, antropófagas, de las Antillas Menores. El crimen español consistió —se narraba ahora en la propaganda inglesa— en haber exterminado a unos pobladores pacíficos, cultos, cristianizables. Las acciones inglesas, por el contrario, lo que hacían era limpiar las islas de los satánicos caníbales, incapaces de recibir la cultura ni el cristianismo.
De esa manera, el mito del caribe salvaje, del caníbal de las Antillas Menores, se hizo muy útil para la conquista británica y francesa de las islas que los españoles nunca ocuparon. La narrativa de las guerras entre los taínos cultos y los caribes salvajes, se consolidó en el imaginario europeo, se apoderó eventualmente de las interpretaciones históricas de las Antillas precolombinas, y tiñó de esos colores las primeras teorías arqueológicas de la región, que sólo ahora se están deshaciendo ante la evidencia científica que apunta a una situación más dinámica y compleja, existente al momento de la llegada de los europeos.
Existen hoy día en Santa Lucía, y principalmente en Dominica, poblaciones que descienden directamente de aquellos nativos antillanos que los europeos llamaron caribes. Todavía se investiga la relación de estas poblaciones con sus posibles orígenes arauacos, hacia donde tiende a indicar la evidencia, o de origen cariban, —kariña, según su propia auto identidad— una identidad lingüística y cultural diferente al arauaco, que hizo presencia en tierra firme en América del Sur, y en las islas de Trinidad y de Granada.
El tema de los llamados caribes, quiénes eran, cómo se expresaban sus diversas culturas, cómo se relacionaban entre ellos y con los taínos, son preguntas que continuaré abordando en este foro que se nos ha facilitado. Invito a nuestros lectores a comentar sobre estos temas.
Tags: África, Amsterdam, Antillas, Antillas Mayores, Antillas Menores, arauacos, azúcar, Balliceaux, Black Caribs, Brasil, campos de concentración, caníbal, Carib, cariban, caribes, Cristóbal Colón, cultura taína, esclavos, España, Francia, Guerras Caribes, holandeses, Honduras, Inglaterra, kariña, Lisboa, Luis de Santángel, moscabado, Países Bajos, portugueses, Proyecto Taíno, Reyes Católicos, Roatán, San Vicente, Tratado de París, Trece Colonias
Nuevo formato de libro de cuento clásico sobre los taínos
Por Anacaona
Hace unos años, cuando todavía residía en la República Dominicana, cayó en mis manos un librito de cuentos muy rústico, fechado en la Ciudad de Nueva York en 1972, bajo el sello de Talleres Loíza. A pesar de su diseño sencillo, tal vez simple, aprecié su utilidad como un material pedagógico que le brindaba al adulto una oportunidad de introducir al estudiante a nuestras raíces precolombinas. Los valores de servicio a la comunidad, familia, y trabajo me llamaron la atención por su presentación muy accesible a niñas y niños de temprana escolaridad.
Unos años más tarde, ya residiendo en Puerto Rico, me llevé la sorpresa de toparme con una reedición del librito —que, a propósito, se titula Tai: el pequeño tayno— esta vez a color, con una introducción que dicta:
«Este libro se publicó por primera vez en 1972, en El Barrio, en Nueva York, y se distribuyó gratis a los niños de escuela elemental por los integrantes de los Talleres Loíza, un grupo de artistas y músicos puertorriqueños, con su base en el este de la Calle 106, esquina con la Avenida Lexington. Esta reedición a colores, por lo demás fiel al original, salvando unos pequeños ajustes al texto, está dedicada a todos los boricuas, que donde quiera que estén, buscan sus raíces de identidad y de lucha.»
Recuerdo que les escribí una nota felicitándolos, y recordándole que el mensaje de Tai pudiera aplicarse igualmente a los niños dominicanos, en la República, en Puerto Rico, en Nueva York, y en toda la diáspora antillana. En efecto, en reediciones subsiguientes de los trabajos de los Talleres Loíza, la Editorial El Antillano le ha enriquecido la perspectiva del contenido con una orientación decididamente antillana.
Desde entonces he tenido la oportunidad de colaborar con la Editorial en varios proyectos, sirviendo de apoyo en materias de la ecología de las islas caribeñas, y su flora y fauna durante los siglos antes de la llegada de los europeos. En otras fichas hablaremos de algunos de estos proyectos con los que he tenido el placer de colaborar.
Aquí me interesa reseñar el impresionante producto que la Editorial El Antillano ha logrado en su publicación, en formato iBook, para los iPads de Apple, del libro original de Tai: el pequeño tayno. Se me desbordan los comentarios. El primero es señalar que si es cierto que el iPad cada vez está más presente en el mundo escolar en Estados Unidos, en las Antillas las tabletas Android pueden ser más numerosas. Mi pedido es que produzcan, tan pronto puedan, una versión de este producto espectacular para tabletas Android, y de paso, para los Kindle, que no serán tan numerosos, pero ya he visto unos cuantos por ahí.
Y qué no quepa duda. Se trata de un producto espectacular, un comienzo felizmente prometedor de lo que la Editorial El Antillano puede ofrecerle a los niños de las Antillas sobre nuestra historia caribeña compartida, y los valores comunes, de familia, de comunidad y de apoyo mutuo que forman parte integral de nuestras culturas.
El producto, que puede verse haciendo click en este enlace: iBook: Tai el pequeño tayno contiene cuatro partes principales. Tiene la narración ilustrada del día de servicio que le brindan Tai, y todos los niños y niñas del yucayeque a su comunidad. Ese día de servicio se representa en la repartición del casabe, el pan de los taínos. Esta narración, lámina por lámina, exhibe un botón en forma de guanín que cuando se toca, le abre al lector o la lectora otro mundo de información enriquecedora sobre el mundo de nuestros antepasados, mucho del cual hemos heredado y también forma parte de nuestro presente —a mí mi abuela me crió comiendo casabe a diario.
A la parte narrada le siguen varios ejercicios que tienen el efecto de reforzar el conocimiento adquirido durante la lectura inicial, y que concluyen con una lámina interactiva del yucayeque de Tai que jamás me imaginé que llegaría a verla. Sé que tengo una imaginación a veces demasiado poderosa, pero los amigos de la Editorial El Antillano me crearon la oportunidad de transportarme al yucayeque, conocer sus vecindarios y las ocupaciones de sus residentes. ¡Me dí un sabroso baño en el río! Experimenté emociones sumamente agradables porque el yucayeque de Tai regresó mis memorias a mi infancia en el Cibao. No voy a decir que por poco se me salen las lágrimas, porque suena algo dramático, pero reconozco que se me formó un nudo en la garganta.
Después del yucayeque de Tai viene una sección de juegos divertidísima, con láminas para pintar, lo que se lllama en el libro como “sopa de letras” y un rompecabeza (que confieso que me tomó algo de trabajo resolverlo). Repito —y nadie me está pagando comisiones por las ventas— se trata de un producto extraordinario, una promesa de grandes cosas por venir, que les recomiendo, a los lectores que tengan un iPad, que lo exploren y lo adquieran.
Tags: casabe, Ciudad de Nueva York, Editorial El Antillano, El Barrio, el pequeño tayno, Proyecto Taíno, Puerto Rico, República Dominicana, tai, taíno, Talleres Loíza, Yucayeque
Otras teorías sobre los orígenes de las primeras migraciones humanas hacia las Antillas
Por Kanibá
La teoría tradicional de la migración original hacia las Antillas sitúa el punto de partida en la región de América Central donde se ubican Honduras y Belice. Las revisiones propuestas a esa teoría que se estableció como la tradicional plantean múltiples puntos de origen. Uno de ellos es el tradicional, que ubica el origen de los primeros migrantes en la región de Honduras – Belice, pero a éste le añaden el noreste de América del Sur, que también es comúnmente aceptado, pero le suman el sureste de lo que es ahora Estados Unidos, y la región del istmo de Colombia – Panamá, que representan nuevas ideas sobre la complejidad de la ocupación humana temprana de las Antillas.
La región de Honduras – Belice se adoptó desde temprano, por la coincidencia tecnológica en la elaboración de instrumentos en esa región, y en los yacimientos antiguos de Cuba y La Española. El dato incontrovertible hasta el momento de que los yacimientos más antiguos descubiertos en las Antillas, que se ubican en Cuba, exhiben el empleo de las mismas tecnologías líticas que en esta región de Centroamérica fortalecen la credibilidad de esta teoría.
Igualmente ocurre con la identificación de la costa noreste de Suramérica, ya que se pueden aparear rasgos similares entre ensambles arqueológicos en Trinidad y artefactos de la tradición Manicuaroide de Venezuela. Debe señalarse, sin embargo, que no se ha hallado evidencia de la propagación poblacional, partiendo desde Trinidad, en la época de los yacimientos de Banwari Trace y St. John, en dirección norte a través de las Antillas Menores, hasta Puerto Rico.
La región colombiana entre el noroeste de Venezuela y Panamá ofrece algunas semejanzas notables, de carácter tecnológico (lítico) y botánico. El arqueólogo Reniel Rodríguez Ramos ha señalado fuertes paralelos no solamente en la elaboración de los majadores laterales, un instrumento muy común en los yacimientos pre arauacos en Borikén, sino en su uso en los procesos de elaboración de comestibles de origen vegetal farináceo. La ausencia de estos instrumentos culinarios en América Central, como en el sureste de Estados Unidos, y muy especialmente, su ausencia en el arco de las Antillas Manores, refuerza la potencialidad del vínculo entre estos asentamientos pre arauacos en Borikén y las regiones ístmicas de Colombia, donde abunda este artefacto.
Como hallazgo colateral que se aborda en fichas presentadas por Sibuco, surge de estas exploraciones la fuerte posibilidad —la certeza dirían algunos— de que estos asentamientos pre arauacos, que tradicionalmente se han definido como bandas de cazadores y recolectores preagrícolas, hayan traido consigo ciertas técnicas de domesticación de plantas, algunas de ellas comestibles, como la yuca y la batata, que formarían parte del conjunto de su dieta, complementada por los productos de la caza y la recolección.
Arqueólogos cubanos, por su parte, han estado explorando los vínculos potenciales entre los habitantes originarios de las Antillas Mayores y las poblaciones nativas del sureste de Estados Unidos, en base, principalmente, a las semejanzas en las tecnologías microlíticas del complejo cubano de Canimar – Aguas Verdes, y la tradición microlítica de Playita, con la de los yacimientos en el sureste de Estados Unidos, tales como el de Jaketown, el de Poverty Point y el de West Bay. La presencia de otros tipos de artefactos comunes a ambas regiones —Cuba y el sureste de Estados Unidos— robustecen estas teorías. Se están investigando también vectores que trazan la propagación de especies botánicas en ambas direcciones.
Al final de esta exploración, el interesado en el tema se confronta con una evidencia creciente que contradice las elegantes teorías tradicionales de una migración pre arauaca, pre cerámica y preagrícola, que se vio detenida en su propagación hacia el este, desde el suroeste de Cuba, y que fue eventualmente arrinconada y suplantada por una cultura cerámica, agrícola y arauaca que venía ascendiendo por las Antillas Menores y que eventualmente pobló las Antillas Mayores. Esta evidencia nos descubre la posibilidad de que esos asentamientos arcáicos, diversos como eran en sus orígenes y adaptaciones a los ecosistemas que habitaban, para cuando arribaran las poblaciones arauacas, ya hubieran desarrollado ciertas prácticas agrícolas, y tal vez empleado la cerámica, al menos para usos rituales.
Sobre estos aspectos de la controversia hay que visitar las fichas de Sibuco y de Yucayeque. Nosotros nos movemos hacia adelante, explorando la expansión de la ocupación arcaica de las Antillas Mayores.
Esta ficha utiliza de fuente principal el artículo de los arqueólogos Reniel Rodríguez Ramos, Jaime R. Pagán Jiménez y Corinne L. Hofman titulado “The Humanization of the Insular Caribbean”. que contribuyeron al manual enciclopédico de Oxford sobre la arqueología caribeña (editado por Hofman, Rodríguez Ramos y Keegan).
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Los primeros pobladores de las Antillas Menores
Por Kanibá
Usando de referencia a Louis Allaire (The Lesser Antilles before Columbus), puede tomarse como «razonablemente seguro» que en las Antillas Menores la presencia humana comenzó posteriormente a las migraciones desde las regiones de Honduras y Belice hacia Cuba. Es en Antigua donde se han descubierto los yacimientos de mayor antigüedad (hace unos 4,000 años) en las islas de Sotavento. Entre los artefactos descubiertos en estos yacimientos se hallan hachas pulidas con piedra, utensilios de caracol y de huesos, y manos de mortero.
El mayor número de estos yacimientos precerámicos aparecen en las Islas Vírgenes y en las Islas de Sotavento, en Antigua y en las islas más próximas a Puerto Rico.
Ya más cerca a nuestro tiempo, haría poco más de 2,200 años, hubo considerables cambios poblacionales que se reflejan en yacimientos de culturas que evidencian los comienzos de la producción de cerámicas y de la actividad agrícola. El origen de esta migración es la región que se extiende desde la cuenca del Orinoco en Venezuela, hasta las costas adyacentes de la Guayana y de la isla de Trinidad. La raíz cultural de estos desplazamientos poblacionales se le denomina como Saladoide, referente a la región de Saladero de Venezuela, cuyo pasado más remoto se remonta río abajo en el Orinoco, desplazándose con el tiempo no sólo hacia las Antillas Menores, sino a través de la costa este de Venezuela.
Explica Allaire:
«Esencial a esta cultura es su cerámica, caracterizada en todos los lugares por unas vasijas en forma de campana, y decoradas con incisiones modeladas, en special en sus cabezas, asas y agarraderas (conocidas como adornos), así como su distintivo patrón reticular de incisiones finas. La cerámica saladoide original también incluía vasijas muy bien formadas, pintadas con patrones blancos sobre rojo. Éste es el caso de la producción saladoide hallada en Trinidad, (especialmente en el yacimiento de Cedros, el que origina el apelativo clasificatorio de Cedroso Saladoide). Este estilo de pintura cerámica se halla disperso en varias islas, pero no siempre está presente en el Saladoide. Es necesario confrontar el fenómeno de los hallazgos de artefactos de cerámica en La Hueca (Isla de Vieques, al este de la isla grande de Puerto Rico), los que carecen de esta decoración pintada de blanco sobre rojo.»
Esto establece que, a pesar de las fuertes semejanzas que exhiben los artefactos de los yacimientos saladoides estudiados, aparecen diferencias que requieren estudios más persistentes. En efecto, las semejanzas son notables, y en los menos de 200 años que le tomó a esta cultura extenderse, isla por isla, desde Trinidad hasta Puerto Rico y el oeste de La Española, la mayoría de los yacimientos exhiben un incuestionable parentezco estilístico y cultural, incluso con el desarrollo saladoide en tierra firme suramericana.
En estos yacimientos se descubren múltiples ejemplares de burenes, o planchas de cerámicas empleadas en la confección del casabe, de lo que se deduce el cultivo extenso de la yuca. Se descubren también abundantes utencilios para la pesca y para la caza de los mamíferos, que abundaron en aquellos tiempos en las Antillas. En casi todos los lugares se descubren depósitos considerables de cascos de cangrejos, lo que indica que estas poblaciones hallaron abundancia de jueyes en las islas, y adaptaron su dieta exitosamente, de los animales que cazaban en tierra firme, a la caza y consumo de los crustáceos de tierra, abundantes en sus nuevos hábitats.
La evidencia sugiere que la organización social de estos grupo, a pesar del desarrollo de alguna especialización de funciones y una incipiente especialización laboral (la cerámica de excelente calidad, por ejemplo) estaba fundamentada sobre prácticas igualitarias, y sobre la ausencia de jerarquías hereditarias de autoridad y mando que aparecerán en desarrollos sociales y culturales más hacia el futuro en las Antillas Mayores.
La calidad de la producción cerámica, de por sí, es impresionante. Es más sorprendente hallarla en el contexto de una sociedad de escasa diferenciación social y económica. ¿Por qué invertir tanta energía y tantos recursos sociales en el sostenimiento de prolongados aprendizajes, requisitos indispensables del desarrollo de los niveles de calidad técnica (pastas delgadas y duras, formas finas) y estéticas (asombrosa unidad de estilos básicos, acompañados con exploraciones cromáticas y de patrones geométricos). La decoración de los adornos, con figuras de zoomorfas y antropomorfas prefiguran la riqueza de imágenes mitológicas y rituales que se desarrollará más adelante durante la consolidación inicial (e interrumpida) de la cultura taína.
Como se mencionó anteriormente, los yacimientos de La Hueca en Vieques requieren análisis más extendido. La ausencia de la cerámica tan característica de otros yacimientos saladoides contemporáneos está acompañada de una abundancia de desarrollo de artesanías de prendas y decoraciones corporales, que sugiere una producción para un comercio extenso en la región.
La variante de La Hueca de la cultura saladoide no aparece en las Islas de Barlovento. En las islas entre Guadalupe y Granada prosperó el cedroso saladoide, con su cerámica pintada con patrones geométricos blanco sobre rojo. Eventualmente, ésta será la versión saladoide que predominará en las Antillas, desplazando a otros desarrollos, como el hallado en La Hueca, permaneciendo en las Antillas Menores sin grandes cambios hasta que comenzaron a sentirse los efectos de nuevos movimientos poblacionales y culturales, que maduraron para el año 500 de nuestra época (dne).
Los cambios se manifestaron en la forma y la decoración de los utensilios de cerámica, que adquirieron un mayor relieve, casi escultural, y los adornos de las asas, agarraderas, cuellos, bases y otros componentes del diseño de las vasijas en particular, y de los utensilios en general, expresaban una rica colección de temas zoomorfos y antropomorfos, íntimamente relacionados con la cosmología y la mitología de estas culturas antillanas, claramente influenciadas por el Barrancoide de tierra firme continental y de Trinidad.
Se le llama a esta expresión cultural con el apelativo de Barrancoide, al definir su origen en la región de Barrancas del bajo Orinoco, cuna de una de las más dinámicas poblaciones de Venezuela oriental, y las zonas adyacentes, y que eventualmente ocupará a la isla de Trinidad. La influencia del Barrancoide, según Allaire, se propagó de isla en isla hasta llegar a Vieques, como lo evidencia el yacimiento de Sorcé, y asentarse igualmente en las Islas Vírgenes.
Con el pasar del tiempo, para el siglo 8 dne, la fina elaboración de cerámicas de las culturas Saladoide y Barrancoide dieron paso a la expresión Troumassoide (el nombre proviene del yacimiento en Troumassee en Santa Lucía), con notables paralelos en la presencia Barrancoide en tierra firme continental, pero con una reducción sorprendente en la calidad, técnica y estética, de la producción cerámica. Los paralelos entre los desarrollos culturales en las Antillas con los de tierra firme —evidentes también durante la época de propagación isleña del Saladoide— sientan bases empíricas firmes para la postulación de la existencia de comunicaciones, comercio, intercambios culturales y alianzas entre los habitantes de las islas y las poblaciones en el continente de donde ellos hubieran partido en algún tiempo pasado.
Según explica Allaire, éste es el momento en que ocurre la bifurcación entre, el desarrollo cultural, por un lado, de las islas de Sotavento y las Islas Vírgenes, y por el otro, de las islas de Barlovento, en las cuales, desde Martinica hasta Granada, el Troumassoide desarrolla su estética cerámica particular, que exhibe patrones lineales de pintura roja, y patrones de incisiones lineales modeladas.
En las islas de Sotavento, Guadalupe y las Islas Vírgenes evolucionan las culturas llamadas Mamoreanas, de la que se cuentan numerosos hallazgos en Antigua, así como en otras islas de Sotavento. En las Islas Vírgenes evoluciona en paralelo la cultura de Magens Bay, cuyas caracterírsticas reflejan las influencias , ya a finales del primer milenio dne, provenientes de las Antillas Mayores, especialmente de Puerto Rico, donde estaban surgiendo las culturas Ostionoides. La evidencia relata un claro deterioro a partir de los altos niveles técnicos de la producción de cerámica de los pueblos Saladoides.
Trascendido el primer milenio dne, las culturas Troumassoides de las Islas Sotavento más sureñas cedieron el paso a las formaciones de las culturas Suazoides (nombre que surge del yacimiento en Savanne Suazey en Granada) —explica Allaire— que para el siglo 13 dne, ya están firmemente arraigadas en estas islas. La cerámica Suazoide representa, desde los puntos de vista técnico y estético, el estadio de calidad más bajo al que llegó esta artesanía en las Antillas precolombinas. Sus ejemplares son rústicos, de paredes gruesas, y con las decoraciones más elementales, usualmente indentaciones dactilares alrededor de los cuellos de las vasijas. Se han hallado ejemplos más refinados, de notable influencia taína, tal vez para usos ceremoniales especiales, pero la producción utilitaria es de muy baja calidad.
La influencia taína apunta a la existencia de un tráfico comercial. Puede ser evidencia también de un incipiente espíritu expansionista, proveniente de las sociedades taínas de Puerto Rico, que lograron establecer sus asentamientos en las islas menores, como atestigua el yacimiento de Kelley Ridge en la isla de Saba, yucayeque que estaba establecido allí para el 1300 dne. No es posible imaginarse uno impedimentos a travesías más prolongadas, y a contactos frecuentes entre los taínos y los isleños de Sotavento y Barlovento, e incluso con las poblaciones de tierra firme continental.
Es enteramente probable, explica Allaire, que los primeros pobladores precerámicos de las Antillas Mayores coexistieron con los descendientes migratorios de los pueblos saladoides que llegaron a las islas grandes, y que de las interacciones que se sucedieron surgieron las bases de la cultura taína. Existe una clara diferenciación entre la cultura taína —una vez ésta florece y se desarrolla— y la de los grupos nativos de tierra firme continental suramericana, con los cuales habrían estado relacionados —por conducto del entronque saladoide— en un pasado más remoto. Muchas de esas diferencias, según Allaire, pueden ser atribuidas a la herencia que recibieron los taínos de sus otros antepasados arcaicos que precedieron a los migrantes saladoides como habitantes de las Antillas Mayores.
El encuentro de estos pobladores originales y los descendientes de las migraciones substanciales de los pueblos saladoides, a través de las Antillas Menores, al llegar éstos a Borikén y a las otras Antillas Mayores —que ya estaba en curso para el 200 antes de nuestra época (ane)— establecieron prácticas más arraigadas de la actividad social agrícola, como una organizada y rítmica. Trajo consigo, también, un notable giro en el desarrollo de la alfarería, que floreció en el estilo particular de la cultura taína.
Pero esto nos saca ya de nuestra historia principal —los pobladores de las Antillas Menores— aunque no deja de ser un tema fascinante el cual tendremos que revisitar con frecuencia. La relación entre los taínos y los habitantes de las Antillas Mayores no es la que nos pintaron los apologistas ingleses y franceses de la colonización, sino una más rica, compuesta de instancias de rivalidad y cooperación, de guerra y comercio, y al final, de lucha desesperada en contra de un inmisericorde invasor extranjero.
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Cuando las piedras hablan y los espíritus ancestrales se convocan: excavaciones que detonan controversia
Por Cojoba
Desde las primeras excavaciones que se realizaron en Puerto Rico a principios del siglo XX hasta las excavaciones del Dr. Ricardo Alegría durante los años ’50, el quehacer arqueológico aparentaba acontecer sin conflicto de ninguna magnitud significativa. Mientras, el desarrollo urbano y su corolario: la remoción de flora y terreno para la construcción de viviendas, edificios para fábricas y centros comerciales avanzaba arrolladoramente, sin mucha atención al potencial patrimonio cultural que pudiese existir a nivel subterráneo. Sin embargo, durante la primera década del corriente siglo XXl, el escenario anterior ha comenzado a transformarse.
El tema de los yacimientos arqueológicos se ha convertido en materia de discusión pública y es hoy un terreno minado de conflictos. Este nuevo desarrollo se nutre de varias vertientes. Una de estas vertientes es el movimiento neo-taíno, con raíces en la diáspora boricua de los Estados Unidos de Norteamérica, o al decir de los venezolanos: Usamérica. La otra, la nueva generación de arqueólogos puertorriqueños armados con una renovada visión anti-colonial, con perspectivas científicas de avanzada. Una tercera corriente la componen un variado grupo de activistas culturales políticos, estudiosos de la historia y las ciencias sociales, quienes luchan por una redefinición de nuestro imaginario nacional. La necesidad de dicha redefinición, meta compartida por los miembros de las mencionadas tres vertientes sociales, implica reimaginar nuestra historia mucho más allá del marco de los cinco siglos consagrados por la historiografía a partir de la colonización española. De ahí la renovada importancia de los hallazgos arqueológicos, con su capacidad para acercarnos la mirada a nuestro pasado indígena ancestral.
Dentro de este panorama, el caso que quizás mejor enblematiza esta nueva situación es el de la controversia detonada por el descubrimiento del yacimiento en el sector Jácanas de Ponce, al norte del barrio Tibes.
El nombre de Jácanas adquiere relieve nacional cuando en el año 2007 un grupo de arqueólogos puertorriqueños organizaron la Coalición Puertorriqueña de Arqueología para exponer el peligro en que se encontraban los yacimientos arqueológicos descubiertos originalmente por arqueólogos contratados por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los EE.UU. (Army Corps of Engineers of the U.S.A.). Dicho descubrimiento ocurrió a raíz de un procedimiento de búsqueda reglamentario previo a la construcción de una represa para evitar inundaciones causadas por el río Baramaya (Portugués). Originalmente, el equipo de arqueólogos de New South Associates, la compañía contratada por el Cuerpo de Ingenieros, fueron quienes se percataron de la importancia potencial del yacimiento. Una vez enterados del mencionado descubrimiento, científicos locales, en su mayoría puertorriqueños formados durante las últimas dos décadas de desarrollo en el campo de la arqueología puertorriqueña y caribeña, informaron a la prensa e intervinieron activamente para denunciar lo que caracterizaron como irregularidades y prácticas cuestionables por parte del Cuerpo de Ingenieros y los arqueólogos de New South Associates, la compañía de arqueólogos subcontrada por el C.I.E. Desde ese momento, el yacimiento de Jácanas se convirtió en terreno de luchas protagonizadas por el Cuerpo de Ingenieros, New South Associates por un lado, y líderes de la comunidad científica y cultural, organizaciones neo taínas y arqueólogos afiliados y no afiliados al Instituto de Cultura Puertorriqueña en el flanco opuesto de la contienda.
Aunque los detalles de la controversia desatada en Jácanas son muchos y complejos y por tanto no podemos abordarlos todos en el espacio de esta nota, lo que entiendo que es necesario apuntar es a los interrogantes que esta controversia levanta con respecto al significado del legado indígena en la historia de nuestra cultura y sociedad.
Antes que todo, es imperativo señalar que en Jácanas se desentierran no sólo evidencia arqueológica que reafirma la necesidad de nuevas interpretaciones sobre nuestra historia. También se desentierran —dentro del contexto colonial de nuestra sociedad desde finales de la colonización española hasta el presente dominio político del gobierno federal norteamericano en Puerto Rico— aspectos cuestionables en torno a como se ha practicado la ciencia arqueológica. Con respecto a este asunto es significativo señalar que una de las fuentes de mayor conflicto, una vez se descubre el yacimiento en Jácanas, fue la cuestión en torno a quién evaluaría y dónde se evaluaría la riqueza arqueológica desenterrada en Jácanas. De hecho, fue precisamente la acusación de secretividad y malas prácticas en el manejo del yacimiento —hecha por arqueólogos locales como Marinés Colón González, Jaime Pagán Jiménez, y Reniel Rodríguez Ramos, para mencionar algunos de los más prominentes en la controversia— lo que inicialmente detonó el conflicto.
Entre los muchos señalamientos se destacan los siguientes:
El Cuerpo de Ingenieros ya sabía de la existencia de un yacimiento desde aproximadamente el año 1985, cuando se comenzó el trabajo preliminar para la construcción de la represa en el área del río Baramaya (Portugués). Casi 22 años después, ya confirmada la existencia de los yacimientos y listos para comenzar los trabajos de construcción de la represa, la corporación New South Associates comienza a desenterrar una valiosa colección de objetos, piedras y monolitos que revelan la existencia de todo un poblado indígena. Aparentemente presionados por le necesidad de comenzar el proceso de construcción de la represa, los arqueólogos acometen su tarea de manera agresiva y cometen errores que llegan a los ojos y oídos de grupos como el Consejo de Arqueología Terrestre y a otros grupos de arqueólogos puertorriqueños, afiliados tanto a universidades locales como del exterior. Todos ellos levantan la bandera de alerta y protesta, indignados ante lo que caracterizan como un libro de texto sobre cómo no practicar la arqueología científica, además de acusarlos de violación a las leyes locales para preservar el patrimonio histórico arqueológico. Más aún, durante el transcurso de la polémica tras la denuncia del envío de materiales arqueológicos desenterrados por New South Associates a Atlanta, Georgia, también salió a relucir el posible hurto de piezas arqueológicas con destino al mercado clandestino internacional.
Cabe señalar además que al grupo de arqueólogos denunciantes del operativo federal se unieron otros miembros de la sociedad civil y grupos neo taínos locales apoyados por la Confederación Unida del Pueblo Taíno, quienes actuaron de agentes fiscalizadores, ejecutando actos ceremoniales en defensa del recién descubierto yacimiento.
Finalmente, también debe mencionarse que en el mismo año (2007) en que se desató la controversia en torno a Jácanas, el arqueólogo del municipio de Arecibo, Roberto Martínez denunció el caso de un valioso yacimiento indígena de cerca de 700 años de antigüedad en el sector Ojo de Agua de la mencionada ciudad. Al igual que en Jácanas, el Cuerpo de Ingenieros, envió las piezas desenterradas por sus arqueólogos en la ribera del Río Tanamá a Estados Unidos, para ser evaluadas, sin notificar a las autoridades locales a cargo de estos asuntos. En declaraciones al periodista José Fernández Colón de Prensa Asociada, Miguel Rodríguez, miembro del Consejo de Arqueología Terrestre señaló: “Nunca se nos informó que se iban a sacar esas piezas… vamos a recomendar que se imponga algún tipo de sanción porque se nos está engañando.”
Mientras tanto, estos acontecimientos parecen augurar que el legado ancestral taíno dejará de ser objeto de nostalgia oficial y se convertirá en terreno de controversia y contienda no solo académica sino política, motivadas todas estas por un complejo de agendas económicas, políticas e ideológicas de amplio espectro.
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Evolución, progreso y colonización
Por Cojoba
La representación oficial oficial de la identidad nacional puertorriqueña sugiere la síntesis armónica de nuestra formación histórico social basada en el legado indígena taíno, el legado africano y el legado hispánico. Se trata de una ideología oficial, bajo la cual una gran mayoría de nosotros, los puertorriqueños, hemos sido socializados, y que nos dice: en el Puerto Rico moderno el legado ancestral indígena representa un pasado ya superado, evolucionado. Un pasado cuyos muertos debemos honrar y reconocer por sus contribuciones al ser social que somos hoy. Pero gracias al progreso, ya no existen indígenas viviendo en bohíos, ni africanos esclavos propiedad de otros, ni dueños de esclavos, ni colonizadores. Dicho pasado colonial se reconoce como una presencia incrustada en nuestra arquitectura colonial, elementos principales de nuestra comida tradicional, y en nuestra música y lenguaje oral y escrito. Dicha herencia se ha pretendido sintetizar simbólicamente con el emblema oficial del Instituto de Cultura Puertorriqueña.
Vale enfatizar entonces que cuando la historia oficial se refiere al indígena taíno como parte de nuestro tronco ancestral, lo hace partiendo de la premisa de que su legado biológico-cultural fue asimilado dentro de un proceso de colonización y progreso que evolucionó de manera cuasi teleológica.
Desde esa mirada, la asimilación de nuestro ancestro indígena y otros elementos cardinales de nuestro pasado premoderno son vistos como parte de un inevitable sacrificio ante el altar de la modernidad, concebida como templo del progreso humano. La colonización se nos presenta a su vez como la partera de la modernidad; y los males del colonialismo como los inevitables dolores de parto que hemos tenido que padecer y aceptar para obtener los beneficios de la moderna civilización postindustrial en que hoy convivimos.
Desde dicha perspectiva la sociedad primitiva que configuró a Boriquén se transformó en lo que es hoy Puerto Rico; cuyo legado “hispánico” rige sobre la primera “raíz indígena” y la “tercera raíz” africana, como si la cultura puertorriqueña fuese un proceso de crecimiento orgánico natural, en donde el conflicto social humano no figura de manera intrínseca a nuestra formación, sino como aberración. Semejante esquema se simplifica aún más en el llamado escudo nacional de Puerto Rico, considerado el más antiguo de las Américas, el cual privilegia irónicamente de manera totalitaria el legado hispánico cristiano de la conquista colonial. Todo esto en el contexto de un Puerto Rico con características post industriales, que niegan en gran parte, sino en todo, ese legado colonial cristiano.
Finalmente, cabe añadir que esta noción de modernidad y progreso cuyos cimientos se construyeron durante la etapa temprana de la colonización española se entroniza con el continuo homenaje a la empresa colonial encarnada en la figura de de Cristobal Colón desde la Plaza de Colón en nuestro Viejo San Juan, varias plazas en ciudades principales de la Isla hasta la Plaza de las Américas y finalmente el proyectado parque temático “Columbus Theme Park”, cuya estructura, una vez erigida, se proyecta que rebasará famosa Estatua de la Libertad en la ciudad de Nueva York.
Dentro de este marco debemos entonces explorar el reavivamiento del legado taíno en todas sus expresiones.
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“El Taíno” y “lo primitivo”
Por Cojoba
La noción de “lo primitivo” en la sociedad puertorriqueña está cargada de alusiones a nuestra visión de mundo en torno a nuestros orígenes culturales y nuestra identidad nacional. Dicha afirmación se dramatiza cuando nos referimos a “lo taíno” como referente cultural de nuestro origen primitivo.
En una nota relacionada que titulamos ¿Por qué debemos estudiar la sociedad taína? mencionamos que la noción de lo primitivo implica en la mente de muchos puertorriqueños un estadio de desarrollo inferior, ya superado. Sin embargo, presenciamos, desde la década de los años ’70 hasta el presente el surgir de un movimiento de reavivamiento de la cultura taína entre grupos de puertorriqueños —tanto en Puerto Rico como en Estados Unidos de Norteamérica. ¿Cómo explicarnos este fenómeno de retorno a lo primitivo luego de poco más de cinco siglos de intensa modernización?
Para comenzar ,es preciso admitir que no existe controversia en cuanto al reconocimiento de que la sociedad y cultura taínas y nuestros antepasados de hace más de 3,000 años constituyen el cimiento primario sobre el cual se fue asentando el desarrollo cultural humano en lo que conocemos hoy como Puerto Rico. Sin embargo, a pesar de los reclamos recientes de estudiosos como el Dr. Cruzado Martínez y el Profesor Juan Manuel Delgado (http://www.youtube.com/watch?v=As01jVTvLVI) aún se acepta como verdad oficial la noción del exterminio total de la expresión cultural taína.
Se afirmaba el exterminio de “lo taíno” como resultado de la colonización europea, principalmente española. De manera que “lo taíno” se reduce a un rastro cultural simbólico impreso en el lenguaje hablado, algunos elementos dentro de la música y la artesanía, y a la toponimia “taína” en pueblos y barrios de la isla de Puerto Rico. No obstante, para aquellos que cuestionan la noción del exterminio cultural de “lo taíno”, el debate continúa.
En estas notas no pondremos énfasis en la controversia en torno a sí a aquellos que reclaman ser el legado viviente de la cultura taína hoy día son herederos y representantes auténticos del mismo o no. Más bien nos interesa explorar e incitar la discusión en torno al por qué existen tales reclamos y qué implicaciones tienen los mismos en las comunidades puertorriqueñas de hoy; tanto en la diáspora puertorriqueña dentro de Estados Unidos como en el archipiélago boricua. A propósito de lo anterior, es pertinente referirnos a la observación del antropólogo norteamericano Stanley Diamond, quién señala que la búsqueda antropológica de lo humano en la historia culmina en “la búsqueda de lo primitivo”, entendiendo esto último como una respuesta o búsqueda de alternativa ante lo que se consideraría una condición cultural contemporánea intolerable.
Si entendemos, en nuestro caso, a “lo taíno” como sinónimo de “lo primitivo”, lo más relevante es discutir cuáles son los usos de dicho referente histórico con respecto a en nuestras formas de construir eso que llamamos la identidad nacional puertorriqueña. Al adentrarnos en esta discusión no debe sorprendernos si se nos complica el panorama, cuando aflore a la superficie toda la gama de conflictos sociales y culturales residuales y actuales, que el velo de la identidad nacional oficial oculta.
Leamos estas citas:
“Las facultades mentales del boriqueño correspondían a las del hombre natural en el período neolítico; con la inferioridad comprobada de la raza roja ante la raza blanca; más la influencia deprimente de los trópicos sobre un organismo que no tenía las ventajas positivas del cruzamiento étnico… El desarrollo intelectual del boriqueño era escaso, la voluntad tardía, pero la memoria feliz, porque la cultivaba para la recitación de sus históricos areytos”
—p.80 Prehistoria de Puerto Rico por Cayetano Coll y Toste, reproducida en Tomo 1 de la Enciclopedia Clásicos de Puerto Rico. Originalmente publicada en el 1907 por la Tipografía Boletín Mercantil en San Juan Puerto Rico.
“El indio boriqueño era de facultades mentales inferiores, pero poseía una buena memoria. La ejercitaba por medio de los areytos, o sea la recitación de las hazañas de sus antepasados. Sabían la numeración hasta veinte, valiéndose de los dedos para hacer sus cálculos.”
—p.37 Historia de Puerto Rico por Paul G. Miller, Rand McNally & Company, Chicago, IL. Copyright 1922. La noción de el indio boriqueño como ser humano de facultades inferiores se repite en el texto de Miller en sus ediciones posteriores. Dicho libro fue texto oficial en nuestras escuelas públicas hasta mediados de los años ’50.
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Las aves de Borikén
Por Anacaona
De las 284 especies de aves que se pueden observar en Borikén, 239 de ellas son especies que usan este archipiélago boricua como su hábitat natural, y más o menos 150 de ellas ya estaban presentes aquí, con permanencia o en calidad migratoria, durante los tiempos precolombinos. En varias fichas observaremos individualmente algunos ejemplares de esas especies.
De las 239 especies de las islas de Borikén, 94 de ellas se procrean y establecen residencia permanente localmente; 11 se procrean en este archipiélago, y luego emigran; mientras que 134 no se procrean en nuestro archipiélago, pero lo visitan durante las estaciones de otoño a primavera, como aves migratorias que son.
Una especie. el cuervo de pescuezo blanco, ha desaparecido, y otras, como el flamingo rosado, ya no anida en nuestro archipiélago borincano, pero en ocasiones algunos ejemplares nos llegan de visita. Las 284 especies coloca al archipiélago boricua como el segundo en mayor número de especies de aves, después de Cuba.
Más que ningún otro ecosistema antillano, en nuestro archipiélago se han introducido 85 especies exóticas de aves, que se han adaptado y se procrean exitosamente. Naturalmente, ninguna de éstas era conocida por los antepasados precolombinos.
El archipiélago de Borikén es de origen oceánico, surgió de las profundidades del mar, y no de su separación de la masa continental, lo que lo hace un complejo aislado de ecosistemas, conectado principalmente por mares y por aire. La propagación de la fauna marítima no necesita explicación, mientras que la fauna terrestre, hay que suponer que se propagó mediante fenómenos del clima, flotando, o adhiriéndose a materiales flotantes, en las corrientes marítimas y grandes marejadas, o siendo elevados y arrastrados por huracanes que los fueron depositando en diferentes islas. Si el organismo lograba sobrevivir ese trauma, y si lograba alojarse en un hábitat nuevo, pero favorable, y encontrarse con parejas reproductivas, la especie comenzaría un proceso de adaptación que pudiera favorecer su permanencia en ese territorio.
La aislación isleña del archipiélago de Borikén, así como la de otros hábitats antillanos, resulta en la poca diversidad de las especies de flora y fauna, a lo que corresponde una mayor particularidad de sus especies, algunas de las cuales suelen hallarse solamente en ese hábitat isleño. Naturalmente, mientras más remota es la isla, mientras más apartada se encuentra de otras tierras, menor será la diversidad de sus especies animales y mayor su particularidad. Regresaremos, en otras fichas, a esta pareja de características de los hábitats isleños, que inciden con mayor determinación en los animals terrestres que en los voladores.
Las 239 especies de aves que pueden ser observadas en el archipiélago boricua (excluyendo las especies exóticas), incluyen 14, (6%), que son endémicas a este archipiélago (dos de ellas también de las Islas Vírgenes). Una especie de la Familia de los Tángaras (Thauripidae), la Nesospingus speculiferus, conocida localmente como Llorosa, está establecida exclusivamente en las montañas de Borikén.
La familia de los Tódidos (Todidae) es exclusiva de la región de las Antillas, y uno de sus ejemplares, el sanpedrito boricua (curiosamente llamado Todus mexicanus), se halla solamente en el archipiélago borincano, principalmente en sus áreas de bosques montañosos.
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Más sobre los primeros pobladores de las Antillas
Por Kanibá
De Cuba y Haití hacia el este
En una ficha anterior [Kanibá: Los “descubridores” de las Antillas] se repasa la versión tradicional sobre quiénes fueron, y de dónde vinieron, los primeros pobladoras de las Antillas. En esta ficha se comienzan a explorar versiones alternas.
La teoría tradicional que describe una incursión originaria, hace unos 6,000 años, desde la región de Honduras y Belice, hasta el suroeste de Cuba, y hacia La Española, que luego fue desplazándose hacia el este, hasta agotarse en el extremo occidental de Borikén, donde presuntamente se topó con migraciones que viajaban en dirección contraria. Estas teorías describen esa ola poblacional como bandas nómadas, precerámicas y preagrícolas, de cazadores y recolectores, cuya tecnología se denominó como lítica, basada en la producción de instrumentos de lascas de piedras.
Definen el primer paso de penetración humana a las Antillas no como uno único, sino como uno plural, en que se integran simultáneamente el paso descrito desde la región de Belice hacia el suroeste de Cuba —donde se descubrieron los yacimientos más antiguos (Canímar Abajo, más de 6,000 años), y Haití (Vignier III, hace también más de 6,000 años). Estos yacimientos marcarían el punto de partida tradicional de un desplazamiento hacia el este, hasta llegar a Borikén.
Se le añade a este cuadro la posible penetración a las Antillas Mayores de excursiones que partieron desde la región ístmica de Colombia. Se han hallado, en Puerto Rico, por ejemplo, asentamientos que exhiben instrumentos de piedra de aspecto peculiar y que se reproducen también, para la misma época, en algunas regiones del Continente de América del Sur, donde Colombia se acerca a Panamá en el lado del Mar Caribe.
El arqueøologo cubano, Jorge Febles, por otro lado, ha señalado la posibilidad de migraciones, o al menos intercambios culturales de algún tipo entre la costa occidental de la Florida y el Valle del Mississippí y las Antillas Mayores.
De Trinidad hacia el norte
Otro evento temprano de penetración poblacional humana en las Antillas se registra en Trinidad, cuando el bajo nivel de los mares mantenía un “puente de tierra” entre lo que es hoy una isla y el continente. Hace 8,000 años, poblaciones de las costas caribeñas de Venezuela y Guyana se habían asentado en lo que era la península continental de Trinidad.
En el asentamiento de Banwari Trace (unos 7,200 años atrás) se documenta la presencia humana más temprana de lo que es hoy la frontera sur de las Antillas. Su tecnología lítica exhibe un mayor desarrollo de las técnicas de pulir y rebajar piedras, hasta darles su forma deseada, como majadores, martillos, morteros, manos y hachas. Las técnicas de lasquear piedras para producir navajas, por ejemplo, abundantes en las culturas de las migraciones de América Central, no son típicas de estas poblaciones.
Trinidad y Tobago se separan por unos 32 kilómetros; una vez estuvieron conectados por un puente de tierra, pero según subió el nivel del mar, quedaron separadas. La travesía entre estas dos islas nunca ha resultado ser un reto. La distancia entre Tobago, y Granada, la próxima isla hacia el norte sí presenta un reto mayor, por los 125 kilómetros de distancia marítima que las separa. Granada no está visible desde ningún punto de Tobago. No obstante, en algún momento hace unos 5,000 años, comenzaron a partir excursiones marítimas desde Trinidad y desde Tobago que establecieron y consolidaron la ruta hacia Granada. Ése fue el puente de playa hacia la conquista de las hasta entonces despobladas Antillas Menores.
A partir de las incursiones a Granada, el proceso no fue uno de ir asentándose una a una, en cada isla, y desplazándose paulatinamente hacia la próxima cuando las presiones poblacionales lo impulsaban. Se manifestó, por el contrario, en una febril carrera exploratoria, impulsada por el afán de descubrir y explorar mundos nuevos, que si bien iba dejando residuos poblacionales en cada isla que ofreciera condiciones apropiadas, nada lo detenía en su avance, hasta que comenzó a llegar a regiones que ya estaban habitadas.
El encuentro arcáico
Se presume que Puerto Rico, Vieques y las Islas Vírgenes fueron escenarios de ese encuentro entre una progresión lineal hacia el norte, a lo largo de las Antillas Menores, y unos asentamientos de orígenes diversos, que se propagaban en todas las direcciones por las Antillas Mayores. ¿Cuál fue la naturaleza de ese encuentro? No se sabe a ciencia cierta, aunque existen indicadores de intercambios de materias primas y tal vez de técnicas líticas, hallándose, por ejemplo. en Antigua, poblada por los excursionistas que partieron de Trinidad y Tobago, asentamientos de canteras de chert y pedernal, cuyos productos primos pueden encontrarse en yacimientos de otras islas, incluso aquellos asentamientos cuyos orígenes pertenecían a las migraciones desde América Central hacia las Antillas Mayores.
Por otro lado, también comenzó a desarrollarse en Antigua, y en otras islas de las Antillas Menores, la producción de navajas, punzones, peladores y puntas de lanza, con las técnicas de lasquear típicas de los desplazamientos poblacionales de las Antillas Mayores, de origen centroamericano. Se debate entre algunos arqueólogos de la región si se trata de la influencia cultural de las poblaciones de las Antillas Mayores sobre las de las Antillas Menores, o si es un caso de que la superioridad de la materia prima hallada en Antigua, de por sí sola, impulsó el desarrollo espontáeo de técnicas líticas antes desconocidas —o escasamente empleadas— por las migraciones procedentes de Trinidad y Tobago.
Cualquiera que sea el caso, por varios siglos todo el arco antillano estuvo poblado por pueblos de una cultura material lítica, con diversos tipos de técnicas desarrolladas regionalmente, que mantuvieron contactos con sus regiones de origen —siendo éste más el caso de las Antillas Menores— y entre las islas —nuevamente, con mayor acento entre las Antillas Menores. Se mantuvieron ciertos hábitos nomádicos, especialmente allí donde predominaba la caza y la recolección, pero de igual manera, las adaptaciones alimentarias, y el descubrimiento de hábitats donde abundaran los componentes de las nuevas dietas —especialmente en las costas, estuarios, desembocaduras de ríos, humedales y mangles— se fueron estabilizando asentamientos que de aunque reducidas poblaciones, sirvieron de base social para el desarrollo de técnicas de domesticación de plantas, y de la pesca de orilla y de mar afuera.
La próxima ola migratoria
Este paraíso tropical, de pequeñas poblaciones altamente egalitarias, dinámicas y curiosas, adaptadas al medioambiente antillano, pero siempre explorando y buscando nuevos parajes en aquellas islas casi virginales, fue hogar de muchas generaciones de nuestros antepasados antillanos, hasta que de América del Sur se desató otra expansiva corriente migratoria, unos 5,500 años después de haber llegado los primeros humanos a las Antillas. La migración saladoide. decididamente agrícola, y productora de una cerámica de alta calidad técnica y estética, se asentó junto a las poblaciones arcaicas que la precedían, y que ya eran parte integral del hábitat antillano. De esa vecindad fueron surgiendo adaptaciones de una y otra parte, que con el pasar de las generaciones, fundaron las bases de la cultura taína.
Ésa es la historia que, poco a poco, iremos dándole forma en este Proyecto Taíno.
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Colonialismo, progreso y el exterminio de las culturas indígenas según nuestros primeros historiadores (parte 1)
Por Cojoba
“El progreso es inevitable”. Cuantas veces no hemos escuchado el mencionado cliché. Se trata precisamente de una de esas frases lapidarias que encierra todo un conjunto de ideologías y que nos lleva también a pensar que el colonialismo es también un proceso inevitable. Dentro de este marco de referencia debemos reflexionar un poco sobre cómo nuestros primeros historiadores esgrimieron sus explicaciones en torno a la colonización y al llamado exterminio de la cultura aborígen de Borinquen, durante entre los siglos XVI y XVIII. Sin adentrarnos en el debate mismo sobre si ocurrió o no un exterminio total, el tema que en este instante reclama la atención es el de la colonización como proceso “inevitable” de nuestro devenir histórico, ideología que propulsaron nuestros primeros historiadores.
Es indudable que nuestros historiadores se debatían entre los indiscutibles actos de violencia que la colonización española significó en su encontronazo con nuestros ancestros indígenas, y su admiración hacia la civilización europea, la cual entendían como un estadio superior de desarrollo humano en comparación a las culturas aborígenes. El propio Cayetano Coll y Toste, decano de nuestros primeros historiadores, señala en su apologética biografía de Juan Ponce de León: “Aunque los boriquenses habían conocido algunas de las ventajas (sic) implantadas en el país por los invasores cristianos, no dejaban de comprender que estaban sujetos con férrea mano a una afrentosa servidumbre. Que se les hacía trabajar acuadrillados en pelotones, buscando pepitas de un metal que ellos despreciaban; que tenían que hacer pan de casabí para aquella gente; que tenían que proveerlos abundantemente de pesca, caza y vituallas; que les quitaban sus mujeres y sus hijas; que apaleaban a sus augures; que eran amos de sus caciques, y que les obligaban a prácticas religiosas y a costumbres nuevas que ellos odiaban. Era preciso hacer un esfuerzo supremo para quitarse de encima tales hombres o sucumbir a la demanda.”
A lo anterior añade seguidamente Coll y Toste que: “No faltaban buenos españoles que trataran bien á los indios, y procuraran darles a conocer las ventajas (sic) de la civilización cristiana. Pero, desgraciadamente, abundaban más las personas que, a la sombra de las ideas de redención y progreso, abusaban de la superioridad que tenían sobre los indígenas, y á la vez que le despojaban violentamente de todos sus gratos afectos, los aniquilaban en las minas y sementeras.” Por otra parte, en son de apoyo a su apologética biografía, Coll y Toste cita al escritor, dramaturgo y autor de la Biblioteca Histórica de Puerto Rico, Alejandro Tapia cuando este afirmó, en 1882, que: “A Ponce de León debe la isla la vida de la civilización, que es el primero de los bienes; y gracias a su nobleza de carácter, á su prudencia, mil veces comprobada; á su energía, dulcificada por los hidalgos sentimientos que lo distinguían, y a su bondad para con los aborígenes, la conquista de Boriquén fue relativamente pacífica; y si la raza indígena desapareció en pocos años, debiose realmente a las nuevas costumbres, a la epidemia de viruelas y a que los indios fueron dedicados al trabajo de las minas, labor á que no estaban acostumbrados.”
Afirmaciones semejantes a las citadas anteriormente son lugar común dentro de los relatos de nuestros primeros historiadores. De manera que tendríamos que develar la ideología que propulsa la aparente contradicción entre el reconocimiento de la violencia y opresión de la empresa colonizadora, y la actitud de aceptación y admiración hacia la misma, ejemplificada en la caracterización de personajes como Juan Ponce de León.
Por el momento, terminaremos recurriendo nuevamente a Cayetano Coll y Toste en un pasaje de su panegírico escrito sobre Ponce de León, en donde alude más claramente a la noción de la colonización como parte del “destino” histórico de Boriquén. Desde su prisma, Coll y Toste recalca: “Toda conquista apareja actos de violencia… El hombre es el lobo del hombre, en todos los tiempos y aún en pleno siglo XX tenemos el homo hominis lupus. Es el atavismo salvaje, que todavía en nuestros tiempos perdura, a pesar de los progresos de la humanidad; no pudiendo evitarse que haya quien aproveche tiempo y lugar para explotar como pueda a sus semejantes, dando rienda suelta a sus pasiones. No podía, pues sustraerse la conquista del Boriquén a estas fatales leyes de la historia.”
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Colonialismo, progreso y el exterminio de las culturas indígenas según nuestros primeros historiadores (parte 2)
Por Cojoba
La alquimia discursiva que permite a nuestros primeros historiadores transformar la historia de violencia y opresión de los colonizadores españoles en un proceso de progreso civilizador se logra mediante un hábil manejo de metáforas, mitos y conceptos con el cual se fraguan los primeros textos de historia puertorriqueña, utilizados durante décadas en nuestras escuelas públicas y privadas. El peso de esa visión de mundo forjada por nuestros primeros historiadores se siente aún, en pleno siglo XXI.
A continuación les remito a los siguientes esclarecedores eventos para ilustrar parcialmente lo que acabo de decir.
Durante el 2008, el actual director de la Academia Puertorriqueña de la Historia e historiador oficial de Puerto Rico, Luis E. González Vales, con motivo de la conmemoración del Quinto Centenario de la colonización española de Borinquen, escribe el prólogo a la memoria en conmemoración del Cuarto Centenario de la Colonización Cristiana de Puerto Rico, titulado Gratitud y Progreso, publicado originalmente en 1908. Dicha memoria consiste de 355 páginas de mensajes de gobierno, discursos, ensayos, cuentos y poesía, todos enmarcados dentro de una perspectiva de hispanofilia suprema y glorificadora del proceso colonizador cristiano. A cien años de distancia, nuestro historiador oficial no incluye ni un solo comentario crítico con respecto a la perspectiva hispanófila y pro colonizadora de la mencionada memoria. Vale enfatizar el hecho que sirve de pie forzado a la memoria del Cuarto Centenario tiene como pivote narrativo a la figura de Juan Ponce de León, a su vez objetivo de panegíricos por parte de oficiales de gobierno, líderes religiosos, intelectuales e historiadores españoles, puertorriqueños y norteamericanos en dicho momento histórico.
Es precisamente el 12 de agosto de 1908, fecha que conmemora los cuatrocientos años de colonización española cristiana, el día en que se inhuman los restos de Juan Ponce de León en la Catedral de San Juan; luego de haber sido trasladados desde la Iglesia San José en donde fueron exhumados en 1907, después de haber yacido allí desde el 1873. La inhumación fue reseñada en detalle por el periodista Vicente Balbás —uno de los líderes históricos del Partido Incondicional Español— cuya identificación emocional se evidencia en las siguientes citas de su relato testimonial:
“Sobre un túmulo rodeado de blandones, y encerrado en una artística caja de cedro, se hallaba el sarcófago de plomo que encierra las gloriosas cenizas del explorador, poblador y primer gobernador de la isla de Borinquén, don Juan Ponce de León.”
…”El Sr. Obispo recibió el féretro en la puerta principal y bendijo los venerados restos. A su lado estaba el gobernador Regis H. Post. Colocada la urna en un severo catafalco, frente a la escalinata del altar mayor, é instaladas en sus puestos las comisiones, alrededor del féretro, dió comienzo la ceremonia religiosa de ritual. Un profundo recogimiento imperaba en todos cuantos se congregaron en aquel recinto sagrado. El órgano daba sus notas llenas de harmonías. El incienso enviaba al espacio sus espirales de humo, como si en ellos fuera envuelta el alma de un pueblo noble y agradecido,
que conoce, que sabe, el bien que recibiera hace cuatro siglos há, con los primeros cimientos de la civilización cristiana, por Juan Ponce de León, el ilustre caudillo, echados en tierra puertorriqueña.”
…”Sube a la cátedra sagrada un reverendo sacerdote, y hace un exordio lleno de citas históricas, con hechos, verdadero himno á la civilización, y predispone admirablemente el ánimo de su auditorio para el desarrollo principal de sus discurso: la apología del insigne varón cuyos restos inmortales yacen frente á él, encerrados en metálica urna.”
Siguen otras citas
“La civilización que hoy disfrutamos tuvo su origen y su fundamento hace 400 años, y la trajo á Boriquén Juan Ponce de León, como lo tienen probado nuestros investigadores históricos. El magno programa que dió a los vientos de la publicidad el Comité organizador de esta fiesta, es una manifestación gallarda de la alta cultura del país puertorriqueño. Allí está sintetizada esa cultura y esa civilización; allí está dicho de lo que somos capaces, desde el moldeo de nuestra frágil arcilla, hasta la más hermosa artística y literaria. Tiempo bastante es la recorrida de 400 años para que hubiésemos recogido el fruto divino de nuestra altura intelectual: de entonces acá, despertó la selva somnolienta de nuestros boscajes indianos, bajo su túnica esmeraldina, y por valles y colados hubo floreción de lirios albos y de azucenas pálidas; de entonces acá se esmaltaron de rosas bellas nuestras praderas, la caña extendió su lago de verdura por nuestras sabanas, el café purpureó en sus abras, el comercio creció, se llenaron de naves nuestros puertos, y, á los temblores acariciantes del alba, estalló en los nidos de pájaros la canción de los amores, y el fecundo sol borinqueño bañó de luz las nupciales de Boriquén, en el templo de la Civilización, y murmuraron las brisas un suave rumor de epitalamio.”
—Segmento del texto del discurso de apertura de la ceremonia de laudos de Concurso de literatura, artes y ciencias de las Fiestas del 4to Centenario de la Colonización Cristiana de Puerto Rico por Ferdinand R. Cestero, Presidente del Ateneo Puertorriqueño 9 de agosto 1908
“Y la Civilización Cristiana fue el sol refulgente, ante cuyos resplandores habían de huir la tenebrosidad de la noche en que yacía la tierra indiana.”
…”Ponce de León abrió con su espada el camino a la civilización el camino á la civilización de Boriquén. ¡Pero ante aquel sol, cuantas luminosas estrellas desaparecieron del cielo borincano!”
…”Sol fue Juan Ponce de León; estrellas refulgentes el pacífico Agüeybana y el batallador Guaybana. El sol eclipsó á las estrellas; pero éstas resplandecen en la historia, desde allá, en la región del infinito, donde soles y estrellas brillan por igual ante la majestad del Dios de la creación”
—Segmentos de Agüeybaná y Guaybana por Francisco del Valle Atiles, p.64 Gratitud y Progreso memoria de el Cuarto Centenario de la Colonización Cristiana de Puerto Rico, Tip. Boletín Mercantil 1908. Reimpreso por academia Puertorriqueña de la Historia, 2008.
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¿Por qué debemos pensar sobre la cultura y la sociedad taína?
Por Cojoba
Si caminas por el segmento de la Avenida Ponce de León en Santurce, el barrio más grande de San Juan, la ciudad capital de Puerto Rico, y te detienes en la parte de arriba del llamado Túnel de Minillas, podrás observar una hilera de símbolos pictóricos que se refieren a iconos de la mitología de la cultura taína. Son iconos que antropólogos y arqueólogos han identificado como petroglifos y pinturas rupestres en cuevas, artefactos rituales y parques ceremoniales; hoy reimpresos en monumentos oficiales, artículos de consumo de manufactura industrial y artesanal, y en toda una gama de libros y revistas que aluden a la cultura taína como uno de los troncos ancestrales de la sociedad puertorriqueña. No obstante, este reconocimiento del valor ancestral taíno, lo taíno se nos representa oficialmente como un mundo ya extinto y primitivo, con la excepción de grupos minoritarios de puertorriqueños quienes se identifican como taínos y protagonizan desde hace más de dos décadas un movimiento de reavivamiento de la cultura taína. En este contexto vale entonces preguntarse por qué insistir en estudiar la sociedad taína hoy día. ¿Qué temas y preguntas importantes y relevantes a nuestra convivencia social actual sugiere el estudio de la sociedad taína?
Lo primitivo
Comencemos con el término “primitivo”, ya que es quizás el adjetivo más frecuente que aflora en nuestro pensar cuando nos imaginamos el mundo de los taínos y demás ancestros indígenas. Entendemos comúnmente lo primitivo como alusivo a lo que estuvo aquí primero en épocas ya remotas. Pero también se nos representa comúnmente a lo primitivo como referente a un mundo salvaje ya pasado, extinto o en vías de extinción y por tanto superado; en fin, a un estado de sociedad humana antigua e inferior a nuestra moderna sociedad.
Esta noción de lo primitivo se nos ha inculcado de múltiples formas no sólo desde que comenzamos a aprender sobre el mundo taíno en nuestras escuelas, sino a través de la literatura popular, el cine, la radio y la televisión. Ya sea visto el primitivo como un cuasi animal salvaje fiero e inferior, o como un salvaje noble y apegado armónicamente al mundo natural, en cualquiera de estos casos es visto como un modelo de vida social irrelevante a las necesidades de nuestra convivencia social actual. ¿Podríamos afirmar que lo anteriores cierto? ¿Que temas y preguntas más amplias y relevantes a nuestra convivencia social actual están implícitos en este tipo de discusión?
Evolución y progreso
En primer lugar, cuando hablamos de sociedades primitivas y sociedades modernas presuponemos la noción de una evolución, de un cambio transformador de un tipo de sociedad a otro. En principio no hay controversia ninguna en cuanto a reconocer el carácter relativamente primitivo de la sociedad taína que existió antes de la invasión colonizadores, principalmente de España , a lo que entonces se conocía como Borikén, en el caso de Puerto Rico. Sin embargo, lo anterior no necesariamente implica que la sociedad taína fuese “inferior” a la sociedad de donde provenían los colonizadores. Lo que acabamos de señalar trae a colación el tema del progreso entendido como un evolución de un estadio de sociedad inferior a uno de sociedad superior, noción que una vez más sugiere muchas preguntas y temas que ponen en duda y nos llevan a cuestionar si en el caso de la sociedad taína se pueden afirmar que fue una sociedad “inferior” y por tanto destinada a desaparecer para dar paso la sociedad que impusieron los colonizadores.
Por último, es imperativo plantear en este contexto la necesidad de explorar la propia noción de “lo taíno” ya que también se nos ha inculcado por más de un siglo que los taínos eran nuestros ancestros indígenas más “desarrollados” culturalmente; simplificando y oscureciendo el legado de las otras culturas ancestrales precoloniales que precedieron o coexistieron con “la cultura taína”.
Lo salvaje y lo civilizado
Como sugerimos anteriormente, la noción de lo “salvaje” y lo “civilizado” soslaya frecuentemente nuestro pensar cotidiano. Esto nos obliga entonces a reflexionar críticamente sobre lo que que significamos por “salvaje” y por “civilizado”. La crónica contemporánea con la colonización española y europea parte de la premisa de que el salvaje era el indígena del llamado nuevo mundo “descubierto” por los colonizadores y que los civilizados y civilizadores eran éstos últimos. Ésta premisa ha continuado viva hasta el presente, bajo distintos camuflajes ideológicos. Por eso es necesario desenmascarar y examinar críticamente estos camuflajes ideológicos y la forma que estos toman en nuestros currículos escolares, nuestras instituciones de enseñanza pública, así como en la historia pública expresada en monumentos, nombres de calles y avenidas y días de recordación histórica.
Por otra parte dentro de la noción de lo “salvaje” y lo “civilizado” también habita otra noción central a nuestro interés en la sociedad taína: la noción de sociedades “simples” y sociedades “complejas”.
Lo simple y lo complejo en la sociedad y la cultura humana
Una vez más, cuando nos imaginamos la sociedad indígena ancestral la visualizamos o pretendemos escuchar su memoria como la memoria de una sociedad “simple” sin mayores complicaciones; en marcado contraste con la sociedad de los colonizadores, tan “compleja” con tan complicado aparato administrativo, político y militar. De ahí a llegar a la conclusión de que la “compleja” sociedad de los colonizadores era por tanto más avanzada y superior a la de los indígenas taínos parece ser un paso de razonamiento muy lógico. No obstante, sugerimos que una vez nos familiaricemos un poco más con el nuevo cúmulo de conocimiento aportado por la antropología, la arqueología y otros campos del saber, armados con más detenimiento crítico, podremos pensar mucho de maneras más enriquecedoras, no sólo con respecto a nuestro legado ancestral taíno, y todo el complejo cultural que esto significó en su momento, y con respecto a la sociedad en que convivimos actualmente. Visto entonces desde esa nueva perspectiva, quizás comencemos a imaginarnos el simplismo del colonizador y sus contrastes con la complejidad de la sociedad indígena ancestral precolonial.
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La diversidad cultural y lingüística en las Antillas
Por Yucayeque
Cuando nos interesamos en las Antillas desde la perspectiva de sus habitantes antes de que aparecieran las naves de los europeos en el horizonte, inmediatamente nos confrontamos con su diversidad cultural.
Los arqueólogos han ido reconstruyendo muchos de los procesos que explican los orígenes de esa diversidad cultural. ¿De dónde procede cada uno de los grupos? ¿Cuándo establecieron sus comunidades? ¿Cómo se desarrollaron? ¿Cuál era la naturaleza de los contactos entre ellos?
El primer indicio de la diversidad cultural aparece registrada —aunque muy defectuosamente— en las crónicas de los conquistadores europeos. Es la evidencia arqueológica, sin embargo, la que más claramente nos refleja la complejidad y riqueza de los procesos, pudieran llamarse de infiltración humana, en el prístino ecosistema antillano.
La diversidad cultural al llegar los europeos
La llegada de los europeos interrumpió un proceso de evolución sociocultural que se había iniciado en las Antillas con miles de años de anterioridad. Los europeos encontraron en las Antillas Mayores una cultura predominantemente integrada por pobladores que se daban a sí mismos el nombre de taínos. Los taínos usaban un habla común, con variaciones regionales. En Borikén, el nombre que daban a la Isla que hoy llamamos Puerto Rico, la población era relativamente homogénea, y se puede presumir que también el habla era relativamente uniforme, la cual algunos especialistas han cogido de llamar Taíno Clásico.
El Taíno Clásico era también el habla de los taínos que habitaban en la isla que hoy lleva el nombre de La Española (Haití y la República Dominicana), pero allí, donde floreció con mayor esplendor la cultura taína, la población era más heterogénea. Los taínos coexistían con otras culturas más antiguas, que se comunicaban en otras lenguas. En la región noreste de la Isla se hablaba el ciguayo, y más hacia el Oeste, en ese mismo litoral norte, se hablaba macorís, del cual se reconocían dos variantes.
Estas lenguas se diferenciaban totalmente. El macorís. el ciguayo y el taíno no eran mutuamente comprensibles. El taíno, no obstante, por ser el habla del grupo dominante de la Isla, parecía haberse convertido en la lengua franca de la región, para asuntos de comercio y de pactos políticos y diplomáticos.
Más hacia el oeste y hacia el norte de La Española, y en el extremo oriental de Cuba, predominaba lo que los etnolingüistas llaman el Taíno Occidental, con influencia ciboney (en Cuba) y lucaya (en Las Bahamas).
Al extremo occidental de Cuba, la región que equivale más o menos a la provincia actual de Pinar del Río, predominaba el Guanahatabey, de raíces muy antiguas, quizás de las más antiguas poblaciones de las Antillas, un habla diferente al arauaco, del cual provenía el habla de los taínos.
Hasta aquí se resume, muy brevemente, el fenómeno de la diversidad cultural, desde la perspectiva lingüística, en lo referente a las Antillas Mayores, al momento de iniciarse la penetración europea. Las Antillas Menores presentan un cuadro aun más complejo y heterogéneo que abordaremos en otros artículos. Según se sigan publicando artículos, se irá completando el cuadro de una región rica en diversidad, y en adaptaciones culturales a los diferentes ecosistemas de la región antillana.
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Cuando las piedras hablan y los espíritus ancestrales se convocan: el legado de Agüeybaná se esgrime contra un desastre ambiental
Por Cojoba
A pesar de que desde el verano de 2010 la empresa Windmar Renewable Energy contaba con todos los permisos necesarios para instalar 23 molinos de viento en los sectores Punta Ventanas y Punta Verraco de Guayanilla, dicho proyecto yace hoy, en el año 2013, en el limbo. Buena parte de la razón por la cual el mencionado proyecto energético no ha podido levantar su vuelo es la presencia de una consistente y militante coalición de opositores que esgrimen como arma principal la defensa de los recursos naturales y el rico patrimonio arqueológico de Guayanilla, parte de lo que se conocía como Guaynía, la faja costera controlada por el cacicazgo de los Agüeybanas. Además de la evidencia ambientalista sometida por la oposición comunitaria contra el proyecto de los molinos de viento y Windmar —la empresa privada que lo impulsa— la protección del legado histórico indígena en dicha región ha sido punta de lanza fundamental.
Seis años antes, en una vista pública sobre el proyecto de los Molinos en Guayanilla, la Sra. Francisca Irizarry Lugo, del Comité Pro-Rescate del Barrio Boca en Guayanilla (en donde están ubicadas los sectores Punta Ventana y Punta Verraco) declaró lo siguiente: “Punta Verraco, es una península, unida por la parte oeste con un valle. Por el suelo del valle corrían los ríos Manacá, Guayanilla, Yauco, la Quebrada del Convento y otras ramificaciones de esos mismos ríos que hicieron de este valle y la península de Punta Verraco, Cerro Toro y Punta Ventana, el lugar idóneo para el establecimiento de poblados antiguos (entiéndase indígenas).” “Punta Verraco era el lugar idóneo para vivir. Por ser un monte, estaban protegidos de las inundaciones en época de lluvias y huracanes a las que estaba sometido año tras año el valle que lo rodea.”
“…son muchos los yacimientos arqueológicos que aún no se han encontrado y que encierran parte de nuestra cultura, por ello es importante para nosotros detener cualquier tipo de proyecto que dañe o mutile dichos lugares históricos…”
“Por esta razón, como residente del lugar, nacida y criada frente a la playa Ventana, Cerro Toro y Punta Verraco, como puertorriqueña y como historiadora, no solo defiendo a Punta Ventanas, sino a todo el litoral costero desde la bahía de Guayanilla, hasta la playa Tamarindo, ubicada en el Barrio Boca de Guayanilla; lugares donde vivieron y se desarrollaron culturas antiguas aún sin descubrir y misterios sin descifrar.” “…llegaremos hasta donde tengamos que ir; hablaremos con quienes tengamos que hablar con tal de no permitir que se desarrolle un parque eólico en el litoral costero de Guayanilla, el cual destruirá el patrimonio histórico cultural que tanto nosotros defendemos.”
Cabe señalar que es dentro de la desembocadura del Río Coayuco (hoy Yauco) en donde comenzó la hoy histórica batalla de Coayuco, encendiendo así crónicas históricas y relatos legendarios sobre la insurrección indígena liderada por el cacique taíno del clan Agüeybaná.
Tres años después, el Centro Cultural Marina Arzola de Guayanilla propuso denominar al Centro de Convenciones del Barrio Indios de Guayanilla como Cacique Agüeybaná. Para ello, los dirigentes del mencionado centro se refirieron a los valiosos hallazgos descubiertos por los arqueólogos José Ortíz Aguilú y Luis Chanlatte Baik, en 1975, en áreas de Guayanilla conocidas como Tecla l, Tecla ll y Cucharal, en los barrios aledaños de Rufina e Indios. Se atribuye al litoral de Guayanilla ser la sede y hogar del Cacique Agüeybaná y de un gran número de poblados indígenas. El nombre del Barrio Indios puede tener una raíz histórica aún más precisa. Según Cayetano Coll y Toste, fue “a la boca del Río Coayuco” (Río Yauco) que las fuerzas de Ponce de León derrotaron los indígenas en la rebelión de 1511.” Esa desembocadura está hoy dentro del territorio del Barrio Indios de Guayanilla.
Finalmente, el toque arqueológico histórico quizás más fascinante, misterioso y controversial corresponde al fenómeno de las llamadas piedras de Agüeybaná.
En esta instancia se trata de un relato rodeado de especulación, leyenda y ciencia que abona valor al patrimonio arqueológico que tan vehementemente defienden los líderes comunitarios de Punta Ventana, Punta Verraco y otros sectores aledaños contra el proyecto Windmar.
Para resumir brevemente, con la promesa de retomar el tema en más detalle en otro momento, las piedras de Agüeybaná se refieren a un controversial hallazgo histórico por parte de un sacerdote dominico puertorriqueño de nombre José María Nazario y Cancel, quién, en 1880, excavó alrededor de 800 piedras impresas con misteriosos petroglifos, cuyos símbolos eran extraños al lenguage pictórico taíno de otras piezas de supuesta extracción taína, en manos de otros coleccionistas de aquella época. Ante semejante misterio el sacerdote y arqueólogo autodidacta se aventuró a hipotetizar que se trataba de un lenguaje de raíz hebrea. Finalmente también se alega que la pista para el impresionante hallazgo provino de boca de una anciana moribunda de ascendencia indígena, quién le indicó a Nazario que fuera a la desembocadura del río Coayuco (hoy Yauco) porque allí era donde se encontraba la “biblioteca” de Agüeybaná.
Casi un siglo después,en 1981, el entonces Presidente de la Academia Puertorriqueña de la Historia, hoy fenecido, ingeniero e historiador Aurelio Tió, invitó al arqueólogo y sacerdote dominico Marcel Grist a evaluar el tesoro arqueológico legado por José María Cancel y Nazario. Grist, alegadamente confirmó la autenticidad de las piedras, bajo la custodia del Instituto de Cultura Puertorriqueña, coincidiendo con la opinión de expertos, como el también especialista en epigrafía Barry Fell, quién había venido el año anterior a Puerto Rico en similar encomienda.
Hoy, en el año 2013, el recién inaugurado Museo de Arqueología e Historia del Municipio de Guayanilla alberga cerca de 18 piedras de la colección de 250 piezas, aún bajo la tutela del Instituto de Cultura Puertorriqueña. Ya desde la década de los ’80 se decía que muchas de las piezas de la colección original, que se estimaba en 800, había desaparecido.
Más recientemente, sin embargo, el arqueólogo Reniel Rodríguez ha señalado que las llamadas piedras de Agüeybaná continúan siendo un interrogante digno de investigación para la ciencia y la historia.
Mientras tanto, el espíritu combativo del legendario cacique rebelde acompaña a los rebeldes del barrio Indios de Guayanilla, en su lucha contra los nuevos intentos colonizadores del empresariado capitalista contemporáneo.
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Los “descubridores” de las Antillas
Por Kaniba
Los primeros humanos que se establecieron en las Antillas hace unos cuantos milenios procedían de la región de América Central donde hoy se encuentran Belice y Honduras. No se sabe qué motivó a estos pobladores a abandonar la selva que habitaban y aventurarse mar afuera, pero el resultado fue que lograron verdaderamente “descubrir” las últimas tierras vírgenes del hemisferio, que no habían sido pisadas por seres humanos.
Hace 6000 a 7000 años, el planeta experimentaba el comienzo del final de una de sus edades glaciales, y los niveles de los mares iodavía eran mucho más bajos que los actuales. Varias islas e islotes, hoy sumergidos, hacían presencia entre la península de Yucatán y la isla de Cuba, lo que hacía la travesía algo menos intimidatoria. De todas maneras, se trataba de un viaje hacia lo desconocido, que tuvo que haber requerido motivos poderosos para efectuarse, y que resultó en la conquista humana del último territorio despoblado de este hemisferio.
Añádasele a esto, que en esa antigüedad las embarcaciones deben haber sido mucho más frágiles de las que usaban, miles de años más tarde, los taínos que habitaban las Antillas Mayores.
De todas manera, estos intrépidos exploradores primigenios fueron recompensados con un verdadero descubrimiento. ¡He ahí a los verdaderos descubridores de Las Antillas!
Al llegar a las islas que hoy llamamos Cuba y La Española, pusieron pie en una tierra rica en recursos alimentarios, sin otras bandas cazadoras —y eso es lo que ellos eran— que compitieran en la captura de los enormes animales que encontraron en las Antillas, mamíferos descendientes del pleistoceno tropical, parecidos a los que habían dejado atrás en tierra firme. No existían aquí, por otro lado, las grandes bestias carnívoras, esos personajes de la naturaleza que temían y reverenciaban en su panteón mágico y animista. En esta tierra nueva, ellos fueron los principales depredadores.
Estas islas también parecían desbordarse en alimentos frutales, para no hablar de los estuarios y las costas, llenas de toda clase de vida animal fácil de cazar o recolectar.
Las bandas primordiales de exploradores y aventureros se multiplicaron y se dispersaron en todas las direcciones, y continuaron su travesía hasta alcanzar la isla de Puerto Rico.
Los arqueólogos han descubierto yacimientos con los que reconstruyen la presencia de estas bandas de cazadores y recolectores, de una cultura lítica muy antigua, correspondientes a la clasificación hemisférica de paleoindios, fabricantes de herramientas de lascas afiladas de piedras como el chert (o el sílex) muy elementales, y de maderas afiladas y endurecidas al fuego, y de conchas, huesos y caracoles. Se les ha clasificado con diferentes nombres, según el lugar del hallazgo: Casimiroide (Rouse); Seboruco Mordán (Kozlowski); y Mordanoide (Veloz Maggiolo).
Socialmente, corresponden a una etapa de la organización clasificada como cazadores y recolectores, bandas unidas por enlaces de parentesco, de hábitos nómadas, residentes temporales de cuevas y refugios naturales donde hubiera abundancia de alimentos animales y vegetales. Todos los recursos eran tenidos en comunidad egalitaria, acumulándose cierto prestigio en aquellos integrantes cuyas habilidades en la caza o en la recolección beneficiaban a todo el colectivo.
En Puerto Rico, Gus Plantel halló un yacimiento correspondiente a esta etapa de la población original en Cerrillos, en el municipio de Cabo Rojo, en el extremo sur occidental de la Isla, justo al otro lado del paso de La Mona desde la isla de La Española.
Los cronistas de la conquista europea de Las Antillas, y las investigaciones arqueológicas y etnográficas posteriores, registran la existencia de pueblos integrados por descendientes directos de estas poblaciones originales del archipiélago, en el extremo occidental de Cuba (la región que se conoce hoy como Pinar del Río), relativamente aislados de las otras culturas vecinas. Estos pueblos conservaban, en el momento de la conquista europea, su cultura material lítica (pre cerámica) y hablaban su lengua particular, el Guanahatabey, descendiente del habla de sus antepasados no arauacos en la región de Honduras y Belice de América Central.
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