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Nota: Recibimos esta comunicación en respuesta al artículo sobre nuestra historia y nos pareció pertinente publicarla y compartirla.
Por Juan Vila
La experiencia de la diáspora durante los años que ustedes describen era diferente a la que se experimenta en el presente. En aquellos años la migración de Puerto Rico a Estados Unidos fue principalmente un desplazamiento poblacional masivo promovido por los Gobiernos de Estados Unidos y el de la Isla.
Durante los 1970s las opciones que teníamos los trabajadores en Puerto Rico, jóvenes trabajadores agrícolas, principalmente, incluían la delincuencia y la cárcel. Entre las otras opciones nos enfrentaba el servicio militar y la guerra de Vietnam, o que nos apiñaran en uno de aquellos vuelos que llamaban despectivamente como «tomateros» y nos aterrizaran en algún estado donde hubiera alguna enorme empresa agrícola. Allí nos recogían los vehículos de las corporaciones que «nos compraban» a la Administración de Fomento, a cambio de un contrato de trabajo durante la cosecha de lo que fuera.
Nos descargaban frente al edificio de administración del trabajo de campo para registrar nuestra llegada y asignarnos a uno de los grupos de trabajo. De ahí, a las barracas, donde nos asignaban los catres, o en mejor de los casos, las literas y los cajones dónde guardar nuestras pocas pertenencias.
El trabajo comenzaba al otro día de madrugada.
El primer año que supe lo que era trabajar como un esclavo, mi brigada incluía mejicanos, afroamericanos, y aun grupo de guatemaltecos que siempre se pasaban juntos. Tan pronto recibieron el último pago de la cosecha, desaparecieron juntos.
La mayoría de los puertorriqueños regresamos a Puerto Rico, aunque cantando «I’ll never go back to Georgia».
Al año siguiente fui a parar a Pennsylvania, no regresé a Puerto Rico. Terminé trabajando de meat packer en Hunts Point, y me quedé en el Bronx. He regresado a Puerto Rico varias veces, pero como visitante.
Le agradezco a mi amigo Paco que me ayudó a escribir esto. Él trabaja y estudia en CUNY. Se pasa entrevistándome a mí y a mis amigos y que para un libro que va a publicar sobre la migración puertorriqueña a Nueva York.
Me paso recordándole que tengo una hija en Hartford, otra en Boston, y un hijo en California. Todos tienen sus familias y dos de los nietos viven uno en Houston y el otro en Orlando. Uno de ellos se va a casar con una muchacha dominicana.
A todos les deseo que sean felices y saludables.